Muchas personas siguen dedicando esfuerzo y tiempo en planificar su trabajo de forma tradicional, sin saber que este tipo de planificación está sobrevalorada. Trabajar así no sirve de mucho salvo para generar estrés, frustración, falta de efectividad y, en raras ocasiones, una falsa sensación de control sobre un entorno al que es imposible dominar.
Esta forma de planificación tradicional, caduca e inefectiva por otro lado, consiste en planificar el trabajo repartiendo la actividad en la agenda ocupando espacios de tiempo a lo largo de la jornada. Quienes trabajan de esta forma, se imponen esos espacios de tiempo creyendo que podrán hacer uso de ellos aunque lo cierto es que la realidad del día a día pone a cada uno en su sitio. Las agendas se sobrecargan con compromisos subjetivos fáciles de modificar en función de por dónde sople el viento. Veamos qué quiero decir: entre las 9h y las 10h, te propones terminar un informe, entre las 10h y las 11h crees que podrás leer ese documento del que tienes que dar feedback, a las 12h piensas que es buena hora, antes de comer, para escribir unos cuantos correos y planificar tu próximo proyecto clave,…, y así sucesivamente. Pero, ¿cuántas veces se cumple realmente esa planificación tal y como la has definido?. ¿En cuantas ocasiones el día a día te respeta esos tiempos que te has fijado?. Realmente en menos de las que crees y, en cuanto más líquida y exigente sea tu actividad, menos todavía. ¿Cómo te sientes y qué piensas cuando no has podido hacer lo que te has planificado?. ¿Por qué seguir trabajando de esa manera?
Para muchos profesionales trabajar de ese modo no sólo es inefectivo, sino que es agotador y frustrante. Intentar planificar tu trabajo tratando de adivinar lo que vas a poder hacer en cada momento en función de tu subjetivas creencias es una carencia competencial actual que otorga una falsa sensación de control.
Lo cierto es que hace unos años podía tener cierto sentido planificar el trabajo de forma tradicional debido a que se producían muchos menos cambios en nuestro entorno que los que se producen a día de hoy. Además, lo que había que hacer estaba claro y muy definido, quedando poco margen a la interpretación de qué era lo que te estaban pidiendo. Por otro lado, el número de cosas para hacer era sensiblemente menor respecto a la actualidad y era muy probable que pudieses llegar a hacer todo lo que tenías que hacer en tu día. Pero todo esto ha cambiado.
Nos ha tocado vivir en tiempos líquidos, que diría Bauman, en una sociedad acelerada y desarrollando un trabajo que se basa en los conocimientos que vamos adquiriendo. En estas circunstancias, los aspectos que podrían justificar una planificación tradicional del trabajo dejan de tener sentido y pasan a quedar obsoletos. Seguir trabajando en base a ellos no obedece a ninguna lógica.
Debemos evolucionar y pasar de planificar de forma tradicional nuestro trabajo a trabajar de forma inteligente y efectiva. En lugar de planificar con detalle cuándo vas a hacer las cosas, tratando de adivinar y de poner a los astros alineados a tus circunstancias como veíamos antes, tienes que definir tu trabajo de tal forma que puedas decidir y elegir qué hacer en función de lo que puedas hacer realmente en cada momento y no en función de lo que tú quieras hacer. Se trata, en definitiva de sacarte a ti mismo del centro de la ecuación y que dejes paso a una forma efectiva de relacionarte con tu realidad. Tu efectividad mejorará cuando dejes de planificar y entiendas que no se trata de hacer lo que tú quieres, sino de hacer lo que puedes objetivamente en cada momento. Porque, te guste o no, cuando hablamos de efectividad es la realidad la que manda.